una caida amateur sobre el asfalto


No quería resistirme a poner en palabras una de las películas de la historia del cine que más me han hecho pensar en las derivas del amor urbano. Al final de la escapada (Jean-Luc Godard, 1959) podría haber pasado como una película de serie B, pero el respaldo teórico de la revista Cahiers du Cinéma y el rótulo controvertido de Nouvelle Vague han hecho de ella una cinta modélica del cine francés y un esplendoroso homenaje al cine negro norteamericano. Para llegar a él, Godard ha optado por recoger todo el dietario del neorrealismo italiano y precedentes alemanes (Gente en domingo, de R. Siodmak, 1930) de un modo radical. La utilización de la cámara en decorados reales, el montaje libertario y los diálogos (naturalistas, espontáneos) de unos personajes que han decidido vagar eternamente, hacen del hecho fílmico, de su poética, un ejemplo de arte accidental.
El personaje que da cuerpo Jean Paul Belmondo es un ganster de medio pelo entresacado de un film noir que sigue su propia línea argumental sin mirar a dónde ni cómo. El nihilismo toma a veces la forma de una burla abnegada, pero su vagabundeo y, sobre todo, su relación con la femme (Jean Seberg) le colocan en la parte de aquellos héroes encantadores que han conmovido al espectador por un solo gesto. Al final, despues de ese ir y venir en fuga, aleatorio como el montaje, la escapada se convierte en errancia que se ha vuelto trágica a cualquier precio. Es la tragedia de una caída amateur sobre el asfalto urbano.
Fotografías de Jean Paul Belmondo y Jean Seberg en Al final de la escapada.

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