la polaroid arrebatada
La polaroid es el soporte fotográfico quimicamente más enclaustrado en las paradojas de la fotografía contemporánea. Ante la era digital, reaviva la condición del ojo como un suplemento del aparato que succiona la imagen para luego expulsarla por la ranura. Si hoy la imagen fotográfica está supeditada a otras herramientas ajenas a esa máquina deseante [la polaroid, la cámara analógica], puede intuirse que no hace mucho, con la mirada y la química, conformaban ese alumbramiento como un proceso creativo completo, indisociable. El mecanismo de esa máquina total es aún más instantáneo y radical. Cada fotografía actúa como una pieza única y original, mostrando que tal maquinaria, propia de la era de la reproducción, se entrega a la creatividad en el mismo momento de producirse el hecho fotográfico, sin concesiones. Aún siendo ese original modificable, podría definirse en la antístesis de la fotografía digital. En términos estéticos, es la fisura contra la perfección.
Todo en la polaroid puede convertirse en un elemento para la belleza, incluso el polvo que se deposita tras extraer la muestra o las sombras no deseadas. Puede verse en la serie que el arquitecto Carlo Mollino realizó entre 1962 y 1973 en la Villa Zaira, reproducidas hoy en el número de otono 2007 de la revista francesa Purpose, donde la feminidad se alza como eje de un misterio que también podríamos trasladarlo a la mecánica de la polaroid. Retratos que Mollino fue realizando en función de una incógnita que aún no ha sido despejada en el arte. ¿Por qué nos interesa el desnudo? En tales imágenes, es reconocible su paralelo estético al desnudo erótico que surge en los mismos orígenes de la fotografía, en el siglo XIX, una forma descriptiva abocada a los ojos de la burguesía. Incluso la composición parte de la distancia que permite visualizar el cuerpo entero, sin soliviantarlo mediante el fragmento y la disección que se impondrá primero con las vanguardias y más tarde con el retrato contemporáneo. Mollino despieza la feminidad para intentar comprenderla, pero en el conjunto. Mientras el retrato realista del XIX y principios del XX había marcado una distancia objetiva que a veces se traducía en la visión jocosa del erotismo feminino y otras en una interpretación de la moral victoriana aplicada a una incipiente manifestación pornográfica, la serie realizada en la Villa Zaida se acoge al misterio que producen los signos de la feminidad, donde el erotismo no es un elemento externo, provocado, sino que es implícito a esa feminidad. Por eso sus retratos de esa época también se desmarcan de esa visión socializada por la moral burguesa. El desnudo no necesita del gesto para erotizarse. La piel traspasa la vestimenta.
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